El G-20 está integrado por países desarrollados y países emergentes o en desarrollo.
Esta composición responde a dos fenómenos que están transformando las relaciones internacionales actuales: 1) la creciente influencia de los países emergentes en los asuntos políticos y económicos a nivel global y; 2) la necesidad de encontrar formas innovadoras de
cooperación para enfrentar los nuevos retos financieros globales que requieren una respuesta colectiva, desplazando al viejo G-8 de los países más industrializados del mundo como foro de discusión de la economía internacional.
El ingreso de Argentina en este foro se encuentra muy vinculado con las políticas
llevadas adelante por el país en la década del ’90. En aquella década, el gobierno de Carlos Menem tuvo como objetivo central de política exterior generar confianza
internacional para atraer inversiones, entendiendo por confianza un permanente guiño a los mercados financieros a expensas del pueblo. De esta manera, se llegó a denominar la diplomacia nacional de aquella década como la de las “relaciones carnales” con Estados Unidos. Argentina buscaría acercarse al Estado más poderoso en la creencia que ese acercamiento y la confianza obtenida serian estímulos suficientes para generar un mejor clima político y económico de inversión para sostener la rígida política económica implementada. De esta manera, el plan de convertibilidad y la apertura económica, sumadas la aplicación de políticas orientadas y dirigidas por el mercado (privatizaciones, flexibilización laboral, reducción del gasto público, metas de inflación, etc.) generó aquella confianza buscada en Estados Unidos y sirvieron en su momento
para la inclusión argentina en el nuevo foro.
Pero, además, existen otras razones que explican esta invitación e inclusión. Por un lado, el G-20 buscaba ampliar la representación del G8 incluyendo países emergentes de diversas regiones del mundo. Por ello, como primera y segundas economías de la región, parecía lógico que México, Brasil y Argentina hayan sido seleccionados como representantes de la región. Por el otro, en lo referente a lo estrictamente financiero, hacia 1999 se evidenciaban signos de la que sería la peor crisis económica argentina de todos los tiempos, sobre todo dada la recesión económica que había comenzado en 1998 y la experiencia vivida por las economías mexicana, asiáticas, rusa y la “megadevaluación” brasilera de enero de 1999. Ante los riegos de un efecto dominó que alcanzara a la ya debilitada economía argentina, su participación en el Grupo permitiría un mayor control y una mejor manera de proveer recomendaciones en caso de que la
crisis se manifestara por aquí.
Los resultados no fueron los esperados y el país se sumió en 2001 en una de las peores crisis económicas, sociales y políticas de su historia.
Con la llegada de Néstor Kirchner al gobierno la economía nacional iba a encontrar una recuperación inmediata y muchos de los agentes externos responsables de esa crisis serian fuertemente criticados por el presidente argentino, que insumió al relacionamiento externo del país una nueva visión.
En efecto, la política internacional de la Argentina se ha visto ampliamente redefinida en los últimos tiempos tanto a nivel regional como internacional. Con la crisis del 2001 como consecuencia de las políticas económicas implementadas en los ’90, la relación con los Estados Unidos dejó de ser el pivote central de la política exterior argentina, surgiendo un espacio más destacado para el fortalecimiento de las relaciones con otros países y abriendo el juego a la creación de nuevos vínculos no sólo en el continente sino en el mundo. De esta manera, la búsqueda de lazos regionales más intensos, la participación en ámbitos multilaterales y la búsqueda de nuevos socios comerciales,
como China, caracterizaron a esta nueva etapa.
La intensificación de la integración regional en el ámbito del Mercosur, la creación del UNASUR, la negativa a participar en el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) promovido por Estados Unidos, el acercamiento a Venezuela y China, una participación más activa en la ONU, constituyen algunos indicadores del cambio de visión del mundo promovida desde el año 2003. Y esta expansión de los ámbitos de participación va a encontrar en el G-20 también un foro multilateral internacional para intentar llevar las posiciones críticas a acciones concretas en pos de un mundo económicamente menos desigual.
De este modo, la transformación de este grupo de una reunión de Ministros de economía y presidentes de bancos centrales a un foro de discusión ampliado a los jefes de estado y a un abanico más amplio de temas; abrió espacio a un nuevo ámbito de diseño de políticas donde los países miembros –entre ellos la Argentina- pudieran comenzar a incidir en la confección de reglas de alcance global.
La primera reunión de líderes del G-20 fue en Washington en noviembre de 2008 y
contó con la participación de todos los países miembros del grupo –entre ellos
Argentina- más la participación de España y Holanda como invitados externos, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Foro de Estabilidad Financiera (un órgano nacido en 1999 creado por el G-7 –el grupo de las economías más desarrolladas del mundo- que tuvo como objetivo central el tratamiento de cuestiones técnicas y financieras del grupo). Esta primera Cumbre tuvo como objetivo central fijar las pautas para un nuevo orden financiero mundial, que evite en el futuro crisis financieras que puedan desembocar en una recesión a nivel global.
Ya aquí, la presencia argentina fue importante, fijando una posición clara respecto de lo que vendría y que encontraba correlato con su historia reciente. En efecto, nuestro país asistió con una propuesta consensuada con Brasil, centrada en el reclamo de reforma del Fondo Monetario Internacional (FMI) para que los países en desarrollo logren alcanzar un mayor peso en el organismo y puedan tener acceso a nuevas líneas de crédito no condicionadas al cumplimiento de metas económicas, como sucedió durante la década de los ‘90 en la mayoría de los países en desarrollo.
La Cumbre siguiente fue convocada para abril de 2009 en Londres y logró mayores repercusiones que la anterior. El tema central estuvo asociado a la fuerte presión ejercida por los presidentes de Francia y Alemania -a la que se sumo Argentina- para la eliminación de los paraísos fiscales y un mayor control sobre los fondos soberanos de inversión y las agencias calificadoras de riesgo. Bajo el lema “empleo, crecimiento y estabilidad” esta cumbre incluyó por primera vez la cuestión laboral en la agenda de los países desarrollados, sirviendo de puntapié para que el problema del empleo a nivel global sea tratado en un ámbito multilateral donde países desarrollados y en desarrollo consensuen políticas generales en la materia.
Durante este encuentro, la presidenta Cristina Fernández llegó a Londres con una
postura media entre dos polos en tensión. Avalando la idea encabezada por Estados Unidos y Gran Bretaña de estimular la economía y reactivar así la demanda; pero también considerando oportuna la propuesta de Alemania y Francia sobre un mayor control a los mercados financieros y paraísos fiscales. Argentina, apoyada por Brasil, tuvo entonces un rol clave en impedir que se incluyera en el acuerdo final una propuesta sobre flexibilidad de la legislación laboral debido a las nefastas consecuencias que tuvo esta política en la crisis del país.
La Cumbre siguiente se realizó en la ciudad Pittsburgh, Estados Unidos, en septiembre de 2009, y allí se consiguió instaurar al grupo como el principal foro de discusión para la cooperación económica internacional. La decisión de los más importantes líderes internacionales de disolver el G-8 e instaurar al G-20 como único foro para la resolución de las cuestiones financieras internacionales marcó no solo la voluntad de los países desarrollados de democratizar la agenda económica internacional, sino también la oportunidad para los países en desarrollo de comenzar a incidir en la elaboración de reglas de alcance global.
En esta oportunidad, Argentina tuvo un gran protagonismo en la decisión adoptada para que el G-20 tenga a partir de ahora mayor poder de decisión a nivel mundial. Primó entre los líderes mundiales el criterio que impulsaban Argentina y otros países emergentes y en vías de desarrollo, por sobre el criterio de algunas potenciales centrales que pretendían que el G-8 siguiera siendo el ámbito de referencia en la discusión mundial en materia económica. En este marco, Argentina reiteró su posición para que haya reglas claras para todos los países, tanto los desarrollados como aquellos en vías de desarrollo.
Además, se alcanzó un acuerdo para comenzar con la democratización del Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial con una transferencia de acciones del 5% y el 3%, respectivamente hacia países relegados tanto emergentes como más pobres al tiempo que también se logró eliminar el acuerdo por el cual el Banco Mundial debía ser dirigido por un estadounidense y el FMI por un europeo, marcando un nuevo horizonte para la participación de otros países en estos organismos.
Las siguientes Cumbres del G-20 se realizaron en Toronto, Canadá (Junio 2010), Seúl, Corea (Noviembre 2010), Cannes, Francia (Noviembre 2011) y Los Cabos, México en junio de este año con una idea similar a las anteriores y resultados magros que no impidieron que nuestro país continúe sentando sus posiciones respecto de las problemas económicos y financieros más importantes del mundo.
Bajo estos principios, se realizó la semana anterior una nueva reunión de los ministros del G-20 y en esta oportunidad, el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, y la titular del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, criticaron el accionar de los fondos buitre y la actuación de las calificadoras de riesgo que consideraron perjudiciales para el devenir de la economía internacional, en especial, respecto de las países en desarrollo.
Por lo tanto, en su participación histórica reciente en el G-20 la Argentina ha logrado hacer uso de este foro para el tratamiento de cuestiones cruciales de la política interna y externa. No sólo ha marcando firme posiciones sino también ha utilizado el foro y el contexto en el que dichas cumbres se celebraran para proyectar un nuevo rol a nivel regional con mayor presencia en cuestiones claves para el continente.
Conclusión
En tanto ámbito de acción consensuada y planteamiento de propuestas para la creación de reglas globales, Argentina ha llevado al G-20 su postura sobre la reforma de la arquitectura financiera global, la regulación de las transacciones financieras internacionales, los paraísos fiscales, las calificadoras de riesgo y la inclusión del trabajo decente durante su tratamiento en las sucesivas cumbres. Así, el G-20 se presenta como un ámbito de influencia relevante desde donde hacer oír la voz de la región y plantear propuestas alternativas a las políticas de ajuste que los organismos financieros internacionales pidieron y aun hoy continúan pidiendo. En esta búsqueda de posicionamiento y nuevas propuestas Argentina no ha participado en soledad, o aislada del mundo, sino buscando los consensos necesarios, primero en la región y luego en el mundo para que sus iniciativas encuentren buenos resultados vinculando a su vez, su agenda domestica con la internacional. De este modo, al aunar posturas con los otros dos miembros latinoamericanos del grupo, Brasil y México, la presencia del continente
en el mismo resulta clave para defender los intereses de la región en el rediseño de normas de alcance global.
Sucede que en los últimos años, el aumento de la participación argentina en el marco regional también ha sido evidenciado por el lugar de relevancia que el país ha otorgado a los ámbitos regionales multilaterales. Las cumbres del Grupo de Río, la participación activa en los encuentros de UNASUR, con la designación de Néstor Kirchner como su primer secretario general y en las Cumbres de países latinoamericanos demuestran la relevancia que la región ha adquirido para el país. En el marco del Consejo de Defensa sudamericano, el aporte argentino en los temas de la estabilidad en Bolivia, la distensión entre Colombia y Venezuela y la búsqueda de una posición común acerca de la situación de Haití después del terremoto de 2010 representan signos también de un posicionamiento regional intenso que se corresponde a su vez con una presencia activa cada vez más visible y relevante en materia internacional.
La participación argentina en el G-20 permite a la Argentina ser parte del rediseño del sistema de normas económicas globales y, a su vez, provee del espacio para llevar adelante la propia agenda internacional -y en muchos casos, interna del país al facilitar la discusión y búsqueda de consensos en el nivel multilateral2. Además, permite alejar esa visión instalada de que Argentina se encuentra alejada del mundo. Nada más lejos de lo que justamente acontece. El país tuvo desde el inicio de la Cumbres presidenciales del G-20 un rol protagónico, aprovechando de esta manera un espacio novedoso donde por primera vez los emergentes puede hacer oír su voz en las decisiones sobre la economía mundial.
geenap
El ingreso de Argentina en este foro se encuentra muy vinculado con las políticas
llevadas adelante por el país en la década del ’90. En aquella década, el gobierno de Carlos Menem tuvo como objetivo central de política exterior generar confianza
internacional para atraer inversiones, entendiendo por confianza un permanente guiño a los mercados financieros a expensas del pueblo. De esta manera, se llegó a denominar la diplomacia nacional de aquella década como la de las “relaciones carnales” con Estados Unidos. Argentina buscaría acercarse al Estado más poderoso en la creencia que ese acercamiento y la confianza obtenida serian estímulos suficientes para generar un mejor clima político y económico de inversión para sostener la rígida política económica implementada. De esta manera, el plan de convertibilidad y la apertura económica, sumadas la aplicación de políticas orientadas y dirigidas por el mercado (privatizaciones, flexibilización laboral, reducción del gasto público, metas de inflación, etc.) generó aquella confianza buscada en Estados Unidos y sirvieron en su momento
para la inclusión argentina en el nuevo foro.
Pero, además, existen otras razones que explican esta invitación e inclusión. Por un lado, el G-20 buscaba ampliar la representación del G8 incluyendo países emergentes de diversas regiones del mundo. Por ello, como primera y segundas economías de la región, parecía lógico que México, Brasil y Argentina hayan sido seleccionados como representantes de la región. Por el otro, en lo referente a lo estrictamente financiero, hacia 1999 se evidenciaban signos de la que sería la peor crisis económica argentina de todos los tiempos, sobre todo dada la recesión económica que había comenzado en 1998 y la experiencia vivida por las economías mexicana, asiáticas, rusa y la “megadevaluación” brasilera de enero de 1999. Ante los riegos de un efecto dominó que alcanzara a la ya debilitada economía argentina, su participación en el Grupo permitiría un mayor control y una mejor manera de proveer recomendaciones en caso de que la
crisis se manifestara por aquí.
Los resultados no fueron los esperados y el país se sumió en 2001 en una de las peores crisis económicas, sociales y políticas de su historia.
Con la llegada de Néstor Kirchner al gobierno la economía nacional iba a encontrar una recuperación inmediata y muchos de los agentes externos responsables de esa crisis serian fuertemente criticados por el presidente argentino, que insumió al relacionamiento externo del país una nueva visión.
En efecto, la política internacional de la Argentina se ha visto ampliamente redefinida en los últimos tiempos tanto a nivel regional como internacional. Con la crisis del 2001 como consecuencia de las políticas económicas implementadas en los ’90, la relación con los Estados Unidos dejó de ser el pivote central de la política exterior argentina, surgiendo un espacio más destacado para el fortalecimiento de las relaciones con otros países y abriendo el juego a la creación de nuevos vínculos no sólo en el continente sino en el mundo. De esta manera, la búsqueda de lazos regionales más intensos, la participación en ámbitos multilaterales y la búsqueda de nuevos socios comerciales,
como China, caracterizaron a esta nueva etapa.
La intensificación de la integración regional en el ámbito del Mercosur, la creación del UNASUR, la negativa a participar en el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) promovido por Estados Unidos, el acercamiento a Venezuela y China, una participación más activa en la ONU, constituyen algunos indicadores del cambio de visión del mundo promovida desde el año 2003. Y esta expansión de los ámbitos de participación va a encontrar en el G-20 también un foro multilateral internacional para intentar llevar las posiciones críticas a acciones concretas en pos de un mundo económicamente menos desigual.
De este modo, la transformación de este grupo de una reunión de Ministros de economía y presidentes de bancos centrales a un foro de discusión ampliado a los jefes de estado y a un abanico más amplio de temas; abrió espacio a un nuevo ámbito de diseño de políticas donde los países miembros –entre ellos la Argentina- pudieran comenzar a incidir en la confección de reglas de alcance global.
La primera reunión de líderes del G-20 fue en Washington en noviembre de 2008 y
contó con la participación de todos los países miembros del grupo –entre ellos
Argentina- más la participación de España y Holanda como invitados externos, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Foro de Estabilidad Financiera (un órgano nacido en 1999 creado por el G-7 –el grupo de las economías más desarrolladas del mundo- que tuvo como objetivo central el tratamiento de cuestiones técnicas y financieras del grupo). Esta primera Cumbre tuvo como objetivo central fijar las pautas para un nuevo orden financiero mundial, que evite en el futuro crisis financieras que puedan desembocar en una recesión a nivel global.
Ya aquí, la presencia argentina fue importante, fijando una posición clara respecto de lo que vendría y que encontraba correlato con su historia reciente. En efecto, nuestro país asistió con una propuesta consensuada con Brasil, centrada en el reclamo de reforma del Fondo Monetario Internacional (FMI) para que los países en desarrollo logren alcanzar un mayor peso en el organismo y puedan tener acceso a nuevas líneas de crédito no condicionadas al cumplimiento de metas económicas, como sucedió durante la década de los ‘90 en la mayoría de los países en desarrollo.
La Cumbre siguiente fue convocada para abril de 2009 en Londres y logró mayores repercusiones que la anterior. El tema central estuvo asociado a la fuerte presión ejercida por los presidentes de Francia y Alemania -a la que se sumo Argentina- para la eliminación de los paraísos fiscales y un mayor control sobre los fondos soberanos de inversión y las agencias calificadoras de riesgo. Bajo el lema “empleo, crecimiento y estabilidad” esta cumbre incluyó por primera vez la cuestión laboral en la agenda de los países desarrollados, sirviendo de puntapié para que el problema del empleo a nivel global sea tratado en un ámbito multilateral donde países desarrollados y en desarrollo consensuen políticas generales en la materia.
Durante este encuentro, la presidenta Cristina Fernández llegó a Londres con una
postura media entre dos polos en tensión. Avalando la idea encabezada por Estados Unidos y Gran Bretaña de estimular la economía y reactivar así la demanda; pero también considerando oportuna la propuesta de Alemania y Francia sobre un mayor control a los mercados financieros y paraísos fiscales. Argentina, apoyada por Brasil, tuvo entonces un rol clave en impedir que se incluyera en el acuerdo final una propuesta sobre flexibilidad de la legislación laboral debido a las nefastas consecuencias que tuvo esta política en la crisis del país.
La Cumbre siguiente se realizó en la ciudad Pittsburgh, Estados Unidos, en septiembre de 2009, y allí se consiguió instaurar al grupo como el principal foro de discusión para la cooperación económica internacional. La decisión de los más importantes líderes internacionales de disolver el G-8 e instaurar al G-20 como único foro para la resolución de las cuestiones financieras internacionales marcó no solo la voluntad de los países desarrollados de democratizar la agenda económica internacional, sino también la oportunidad para los países en desarrollo de comenzar a incidir en la elaboración de reglas de alcance global.
En esta oportunidad, Argentina tuvo un gran protagonismo en la decisión adoptada para que el G-20 tenga a partir de ahora mayor poder de decisión a nivel mundial. Primó entre los líderes mundiales el criterio que impulsaban Argentina y otros países emergentes y en vías de desarrollo, por sobre el criterio de algunas potenciales centrales que pretendían que el G-8 siguiera siendo el ámbito de referencia en la discusión mundial en materia económica. En este marco, Argentina reiteró su posición para que haya reglas claras para todos los países, tanto los desarrollados como aquellos en vías de desarrollo.
Además, se alcanzó un acuerdo para comenzar con la democratización del Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial con una transferencia de acciones del 5% y el 3%, respectivamente hacia países relegados tanto emergentes como más pobres al tiempo que también se logró eliminar el acuerdo por el cual el Banco Mundial debía ser dirigido por un estadounidense y el FMI por un europeo, marcando un nuevo horizonte para la participación de otros países en estos organismos.
Las siguientes Cumbres del G-20 se realizaron en Toronto, Canadá (Junio 2010), Seúl, Corea (Noviembre 2010), Cannes, Francia (Noviembre 2011) y Los Cabos, México en junio de este año con una idea similar a las anteriores y resultados magros que no impidieron que nuestro país continúe sentando sus posiciones respecto de las problemas económicos y financieros más importantes del mundo.
Bajo estos principios, se realizó la semana anterior una nueva reunión de los ministros del G-20 y en esta oportunidad, el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, y la titular del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, criticaron el accionar de los fondos buitre y la actuación de las calificadoras de riesgo que consideraron perjudiciales para el devenir de la economía internacional, en especial, respecto de las países en desarrollo.
Por lo tanto, en su participación histórica reciente en el G-20 la Argentina ha logrado hacer uso de este foro para el tratamiento de cuestiones cruciales de la política interna y externa. No sólo ha marcando firme posiciones sino también ha utilizado el foro y el contexto en el que dichas cumbres se celebraran para proyectar un nuevo rol a nivel regional con mayor presencia en cuestiones claves para el continente.
Conclusión
En tanto ámbito de acción consensuada y planteamiento de propuestas para la creación de reglas globales, Argentina ha llevado al G-20 su postura sobre la reforma de la arquitectura financiera global, la regulación de las transacciones financieras internacionales, los paraísos fiscales, las calificadoras de riesgo y la inclusión del trabajo decente durante su tratamiento en las sucesivas cumbres. Así, el G-20 se presenta como un ámbito de influencia relevante desde donde hacer oír la voz de la región y plantear propuestas alternativas a las políticas de ajuste que los organismos financieros internacionales pidieron y aun hoy continúan pidiendo. En esta búsqueda de posicionamiento y nuevas propuestas Argentina no ha participado en soledad, o aislada del mundo, sino buscando los consensos necesarios, primero en la región y luego en el mundo para que sus iniciativas encuentren buenos resultados vinculando a su vez, su agenda domestica con la internacional. De este modo, al aunar posturas con los otros dos miembros latinoamericanos del grupo, Brasil y México, la presencia del continente
en el mismo resulta clave para defender los intereses de la región en el rediseño de normas de alcance global.
Sucede que en los últimos años, el aumento de la participación argentina en el marco regional también ha sido evidenciado por el lugar de relevancia que el país ha otorgado a los ámbitos regionales multilaterales. Las cumbres del Grupo de Río, la participación activa en los encuentros de UNASUR, con la designación de Néstor Kirchner como su primer secretario general y en las Cumbres de países latinoamericanos demuestran la relevancia que la región ha adquirido para el país. En el marco del Consejo de Defensa sudamericano, el aporte argentino en los temas de la estabilidad en Bolivia, la distensión entre Colombia y Venezuela y la búsqueda de una posición común acerca de la situación de Haití después del terremoto de 2010 representan signos también de un posicionamiento regional intenso que se corresponde a su vez con una presencia activa cada vez más visible y relevante en materia internacional.
La participación argentina en el G-20 permite a la Argentina ser parte del rediseño del sistema de normas económicas globales y, a su vez, provee del espacio para llevar adelante la propia agenda internacional -y en muchos casos, interna del país al facilitar la discusión y búsqueda de consensos en el nivel multilateral2. Además, permite alejar esa visión instalada de que Argentina se encuentra alejada del mundo. Nada más lejos de lo que justamente acontece. El país tuvo desde el inicio de la Cumbres presidenciales del G-20 un rol protagónico, aprovechando de esta manera un espacio novedoso donde por primera vez los emergentes puede hacer oír su voz en las decisiones sobre la economía mundial.
geenap