Otra
gran secuela del neoliberalismo es la fuga de capitales (dólares que salen del
sistema financiero local para enviarse al exterior o simplemente para
atesorarse en otro lugar que puede ser en el país pero que no están registrados
en el sistema financiero de nuestro país). Este desvío de recursos que podría
orientarse al sistema productivo implica una dependencia adicional del
financiamiento externo para impulsar inversiones de magnitud, que transformen
el patrón de especialización productiva hacia etapas industriales cada vez más
avanzadas.
La alta volatilidad del flujo de capitales es un
fenómeno histórico de las economías periféricas, inherente a la lógica de sus
sistemas de acumulación, cuya dinámica en Argentina ha estado fuertemente
correlacionada con el crecimiento de la deuda externa.
El
primer auge de esta patología de la economía nacional se remonta a las
políticas de “liberalización” de los mercados impuestas por el golpe militar de
1976. La apertura de la cuenta capital, el crónico y creciente endeudamiento
externo, las altas tasas de interés domésticas, la apreciación cambiaria y la
baja de aranceles a la importación volcaron los capitales a la especulación
financiera, en detrimento de la base de industrialización lograda hasta ese
entonces.
La
hiperinflación de los años ochenta y el caos provocado por la convertibilidad,
que también había instalado un espurio modelo de valorización financiera y que
derivó en la maxidevaluación y la pesificación asimétrica del año 2002, fueron
los siguientes principales detonantes de la pérdida de confianza en la moneda local.
De esta manera, se consolidó una cultura del ahorro en dólares como reserva de
valor. Poco más de diez años, le bastaron a la convertibilidad para que el
dólar también se posicione como la unidad de medida en todo tipo de operaciones
relevantes. Haber fijado el valor del peso al del dólar en una relación 1 a 1
simplificó al máximo todo tipo de cuentas de conversión de pesos a dólares en
un contexto en el que los medios de comunicación instalaron la idea de
globalización y en el que en la Argentina, a partir del proceso de
privatizaciones y de endeudamiento externo mediante, accedía a los últimos
adelantos tecnológicos mundiales. El valor de los inmuebles, el de los
automóviles, el de las computadoras, el de los electrodomésticos, en fin, el de
la mayoría de los bienes de consumo se podía traducir inmediatamente a dólares.
Ahora bien, tras el estallido de la burbuja de la
convertibilidad y la crisis de 2001/2002, el cambio de precios relativos a
favor del desarrollo productivo y la inclusión social instauraron un proyecto
productivo donde el negocio financiero quedó relegado por el de la actividad
fabril. Rápidamente, la economía mostró una vigorosa capacidad de reacción que
permitió configurar un contexto de “sobrantes” de divisas, atendiendo además a
la necesidad de contar con un tipo de cambio acorde a dicho proceso. Sin
embargo, diversos shocks, generados tanto por factores internos como externos,
reavivaron la problemática estructural de la fuga de capitales. En efecto, los
niveles de salida de divisas del sistema fueron creciendo y, en total, entre
2003 y el primer semestre de 2012, acumularon 90.957 millones de dólares, según
el Banco Central. No obstante, el grueso de la fuga de capitales (82.579
millones de dólares) se produjo desde 2007. Desde noviembre de 2011 logró
reducir considerablemente esa formación de activos externos.
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