domingo, 11 de noviembre de 2012

Las secuelas neoliberales




Las nefastas consecuencias del modelo neoliberal todavía perduran y seguramente se requerirá de muchos años más poder reconstruir el entramado productivo y la capacidad de gestión estatal existente a principios de los años setenta5. Ese modelo empeoró el problema de la restricción externa a partir de haber dejado como principales secuelas: una mayor dependencia tecnológica, más concentración económica y extranjerización del capital, una deuda externa prácticamente impagable, una cultura totalmente adversa al riesgo y, por lo tanto, una fuga crónica de capitales y baja propensión a la inversión productiva de largo plazo, un sistema comercial y financiero liberalizado y una débil capacidad de política pública para regular la economía. 


a. Mayor dependencia tecnológica

La Argentina padeció, entre 1976 y 2001 –con el último golpe de Estado mediante- una administración de la economía contraria a la industrialización con inclusión social. Entre otras medidas, el gobierno militar primero y luego los sucesivos gobiernos democráticos fijaron el tipo de cambio de la moneda nacional en relación al dólar en un nivel que encareció la producción local y abarató los productos importados. De esta manera, el neoliberalismo desmanteló la estructura productiva industrial alcanzada hasta entonces, desarticuló las organizaciones obreras y contrajo el poder adquisitivo de los trabajadores, generando que en la actualidad las estructuras productivas, más allá del proceso de recuperación registrado a partir del año 2003, dependan de bienes de capital, piezas y repuestos y bienes intermedios fabricados en el exterior.
En consecuencia, en la medida que el mercado interno ha ido creciendo y la industria fue ampliando su producción ha seguido habiendo sectores altamente demandantes de productos importados para complementar su oferta. Así es que, con el aumento del poder adquisitivo de la población, se demandan más electrónicos, máquinas, autos, motos, juguetes, etc. cuyos componentes en buena medida son fabricados en el exterior y consumen las divisas que genera la economía, agudizando el dilema de la restricción externa.

b. Concentración y extranjerización del capital

“Es un hecho que puede verificarse que no hay nación desarrollada,
ni en proceso firme de desarrollo, que no esté dirigida por
una burguesía nacional dispuesta a generar el máximo de riqueza
en su país y hacer oír su voz en el concierto mundial”
Jorge Schvarzer 

La elevada volatilidad de la economía y las fuertes crisis facilitaron el proceso de concentración y la extranjerización de la estructura productiva que acentuó la toma de decisiones cortoplacistas en detrimento del desarrollo productivo. En la medida en que operan en la economía nacional corporaciones de mayor envergadura, que no confían en las posibilidades de desarrollo local y pueden realizar su actividad sin condicionamientos, pueden generar una masa de ganancia más concentrada que afecta también la distribución del ingreso. La lógica de acumulación de estas corporaciones pasa por explotar el mercado interno, remitiendo utilidades al exterior, en lugar de realizar inversiones productivas que incrementen significativamente la competitividad de la economía y la inclusión social.
Las estrategias de financiamiento de las grandes firmas denotan también el carácter cortoplacista de sus proyectos, por cuanto las inversiones fueron financiadas con endeudamiento externo al tiempo que crecía la distribución de utilidades y dividendos (Kulfas, 2005).
Por otra parte, la extranjerización descontrolada también afectó las posibilidades de desarrollo de la economía local, debido tanto a la dolarización de portafolios y remisión de utilidades al exterior como por su natural desinterés de desarrollo de encadenamientos productivos internos, en beneficio de las importaciones provenientes de sus países de origen. De hecho, es fácil encontrar casos de naciones que progresaron sin una gran participación de empresas controladas por capitales externos. En cambio, no hay experiencias donde las empresas nacionales y/o públicas no hayan liderado el proceso de desarrollo.
Lamentablemente, la afirmación de Schvarzer no se condice con la historia de la burguesía nacional de la Argentina. De hecho, la extranjerización de la economía nacional es una de las secuelas más pesadas y difíciles de superar del neoliberalismo surgido en el mundo desde principios de los años setenta y arribado a la Argentina desde mediados de esa década.
La radicación de empresas extranjeras en nuestro país se consolidó a través del proceso de privatizaciones de principios de la década del noventa. No obstante, las primeras oleadas significativas de inversiones externas se produjeron a fines de la década de 1950. En esa oportunidad, se destacaron las inversiones en emprendimientos nuevos que buscaron dinamizar la industrialización que requería nuestro país principalmente en industria pesada e infraestructura básica para el desarrollo. Esos desembolsos eran necesarios para nuestro país ya que las divisas que generaba nuestra economía a través de sus exportaciones agrícolas no eran suficientes. Por su parte, los inversores externos aprovechaban las posibilidades de crecimiento que ofrecía un mercado interno protegido y en expansión.
A diferencia de lo que ocurrió desde fines de los años cincuenta hasta principios de los setenta, durante la convertibilidad, las inversiones externas se materializaban, en general, en un simple cambio de manos de la propiedad de los capitales sin una renovación demasiado significativa del aparato productivo.
Ahora bien, los cimientos más firmes de lo que sería una enorme pérdida de soberanía en la conducción de la economía nacional fueron consecuencia de las políticas aplicadas en el último golpe militar de mediados de los años setenta y, más tarde, profundizadas en el marco de la convertibilidad entre los años noventa y 2001.
En efecto, se heredó de aquella época una estructura productiva dominada por un reducido número de grupos económicos nacionales y extranjeros que, en el marco de un muy intenso  proceso de concentración económica y centralización del capital, pasaron a ocupar una posición de privilegio (disciplinando a otras fracciones del capital), tanto en términos de su participación en el ingreso y la riqueza como por su capacidad de subordinar al aparato estatal y, en consecuencia, influir de manera decisiva y creciente sobre el rumbo del proceso económico, político y social. (Azpiazu y Schorr, 2010).
La apertura de la economía, impuesta por la dictadura, promovió una creciente concentración económica, dominada por las grandes entidades financieras extranjeras, que lograron modificar el patrón de acumulación en la economía nacional. Hasta ese momento, la producción industrial era el eje fundamental de su dinámica económica. Se trataba de una industria orientada al mercado interno con un significativo grado de concentración económica donde el capital extranjero era predominante tanto por su incidencia dentro de las grandes empresas como por su ritmo de crecimiento. (Basualdo, 2001). 

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