Otra
de las grandes consecuencias que dificultan el proceso de crecimiento de la
economía nacional y que requieren inteligentes medidas de administración
cambiaria fue haber limitado la política arancelaria a las importaciones. Es
decir, se fijó por ley, en un acuerdo internacional en el marco de la creación
del MERCOSUR (1991), un arancel máximo de importación del 35% que la Argentina
puede cobrar para proteger el desarrollo de su industria nacional y recaudar
impuestos. Bajo el esquema neoliberal, se logró bajar el arancel promedio de
nuestro país del 93,7% vigente en 1976 al 52,7% a fines de ese año y luego ir
reduciéndolo hasta el 15% en 1984 y, tras la conformación del MERCOSUR, se
achicó en los años noventa hasta un nivel promedio de sólo el 11%.
En un
mundo incierto, muchos países y grandes empresas liquidan stocks y compiten de
manera predatoria. Y en ese contexto, no hay país desarrollado o en vías de
serlo que no defienda su mercado interno en virtud de sus intereses. India
negociaba hace poco en la ronda de Doha de la OMC (Organización Mundial del
Comercio) el poder consolidar aranceles máximos al 80 por ciento, sobre todo
para muchos productos agrícolas. Estados Unidos y Europa se reparten cupos,
subsidios, restricciones para productos agrícolas o alimentos con valor
agregado, y aplican barreras sanitarias, ambientales y hasta de uso eficiente
de la energía. (Coatz y García, 2012)
En
efecto, un país que no se protege no sólo es ingenuo y dependiente, sino que
repudia su desarrollo social y productivo. Sólo las economías más débiles y
atrasadas industrialmente carecen de instrumentos estatales de acción para el
progreso de sus economías.
En el
concierto internacional de intervenciones públicas en defensa y promoción de
los mercados y de los puestos de trabajo, pueden distinguirse tres estrategias
de inserción: una agresiva, una defensiva y otra pasiva. En un extremo, con una
actitud ofensiva en términos de participación pública en el desarrollo
económico, se ubican los países de mayor progreso tecnológico aplicado a la
industria como Estados Unidos, Alemania, Francia, Japón y Corea. Este grupo ha
liderado el establecimiento de las normas que rigen el comercio mundial,
liberalizándolo en las áreas donde son más competitivos (industria) y
restringiéndolo donde no lo son (agricultura). No obstante, en todas las
actividades mantienen una alta intervención estatal a través de políticas
fiscales de alto costo, que se acrecientan en las crisis como la más reciente.
Estos países destinaron, en respuesta a la crisis financiera que estalló en
2008, 5,2 billones de dólares a estimular sus economías (casi cuatro veces la
exportación de China de 2008).
En el
otro polo, con una estrategia pasiva de intervención se halla el grupo de
países menos desarrollados (principalmente en África y Centroamérica y, en
menor medida, en Asia). Sus gobiernos poseen muy bajos recursos y capacidad
política para cambiar su patrón de especialización productiva, basado en la
explotación de sus recursos naturales y en el turismo. Otro condicionante de la
acción pública es la escasa participación de burguesías nacionales dirigiendo
sus actividades más rentables. En estos casos, inclusive cuando cuentan con
enormes riquezas naturales, como las naciones de medio oriente, predomina una
distribución del ingreso muy desigual.
Entre ambos extremos, existe un grupo de países de ingresos medios,
cuyos gobiernos emplean una estrategia defensiva de preservación de sus
mercados internos (entre los más emblemáticos, aparecen los países de Europa
del Este, Sudáfrica y Argentina). En las actividades más lucrativas conviven
capitales internos y externos, aunque se observa cierta tendencia a la desnacionalización,
que reduce la posibilidad de administración autónoma. El incentivo fiscal para
el desarrollo productivo es débil, debido a la escasez de recursos y de margen
político para realizar cambios estructurales. Por ello, la acción estatal debe
concentrarse en su política comercial, limitada por las normas de la OMC. En
efecto, sólo pueden actuar con políticas restrictivas en frontera a través de
los instrumentos permitidos por la OMC. No por casualidad, sus normas dejan
actuar a los gobiernos con todo tipo de prácticas comerciales restrictivas y de
subsidios en los mercados agrícolas y restringen casi al extremo la posibilidad
de regular los mercados industriales, donde las grandes potencias son más
competitivas y, por lo tanto, librecambistas. No obstante, paradójicamente, los
países desarrollados lograron ese status aprovechando la ausencia de
regulaciones en materia de comercio de bienes industriales vigente hasta la
creación en 1947 del GATT (ex OMC) y que progresivamente se fueron extendiendo
e intensificando.
En
este escenario, sólo las grandes potencias están en condiciones de ejercer una
política agresiva y, en consecuencia, la movilidad ascendente entre los grupos
de países es cada vez menor.
En
suma, quienes critican la aplicación de políticas de administración comercial,
en lugar de aspirar a que nuestro país esté en condiciones de generar en el
futuro políticas agresivas de fomento a su industria, parecen estar más
interesados en que opte por la estrategia pasiva, desintegrando su infraestructura
productiva, abandonando una plataforma óptima para equilibrar la distribución
del ingreso y siendo sólo funcional a la consolidación productiva de los países
desarrollados.
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